Encuentro fortuito.
Entro yo con mi cuerpo remachado, un síndrome muy marcado y un tarrito de ilusiones que llamo ideas. Me siento y te digo:
– Hola, eres tú la que me viene a salvar-
Tú respondes cálida y pensativa:
– No yo soy el hambre que nunca calla, que siempre demanda. Soy el negro deseo, soy el hueco del infierno que no se puede llenar-
Yo me quedo frío, vuelvo a ver mi cuerpo y abro una compuerta, saco algo rojo con sangre y el hedor de los recuerdos llena el cuerpo con un estupor blanco. Parpadeante cual ojo se mueve en mi mano. Lo tomo con ternura y cuidado, mi mirada se nubla, se pierde en el olvido.
Con ojos vacíos te veo y digo:
– Ten, éste es el último pedazo de carne en mi cuerpo, el último grito de mi acallada humanidad. Está lleno de dadivosidad, con él, tal vez tu hambre puedas acabar-
Una sonrisa sale de tu cara de cristal, un brillo ilumina esta niebla blanca. La carne en mis manos vuelve a parpadear y tú te sobresaltas. Brincas con una mezcla de repudio y fascinación.
De nuevo pensativa, me dices con tu expresión, que no lo quieres tomar.
-Tranquila- te digo- tengo mi tarrito de ilusiones. Ellas son puras, no necesito carne a donde me dirijo-
Lenta y temblorosamente tomo tu mano y pongo sobre ella mi último pedacito de carne. Tus dedos se extienden, como queriendo salir corriendo en dirección contraria a tu mano. La sangre chorrea y cae al suelo,
– Apúrate, que si no se va a enfriar y se pondrá tiesa, haciéndola imposible de masticar-
Cierras tu mano todavía con un poco de repulsión cuando mi carne vuelve a moverse. De nuevo brincas asustada. Dejo el tarrito de ilusiones en el suelo y te abrazo. Mi boca cerca de tu oreja susurra “come”, “tranquila”. Apartas una de mis manos y llevas tu mano a tu boca engullendo mi último vestigio de humanidad. La sangre chorrea esta vez de tu boca y baja por tu garganta hasta que se pierde en tus pechos.
Por un segundo me concentro en una de esas gotas, cuando desaparece levanto la cabeza y te beso.
Me separo, tomo mi tarrito de ilusiones y salgo del cuarto.